Desde hace unos días, los informativos de diferentes canales de televisión y diferentes medios de prensa escrita han comenzado a hablar de este síndrome como una de las posibles consecuencias del confinamiento para el conjunto de la población. Atendiendo a la información que nos aportan para definirlo, éste se caracteriza por la incertidumbre y el temor a volver a salir de casa tras tanto tiempo recluidos en nuestras casas. En su definición, también nos hablan de tres tipos de síntomas que puede presentar en quienes lo padezcan:
- Síntomas físicos: sensación de cansancio, entumecimiento de extremidades (piernas y brazos) y dificultad para levantarnos por las mañanas.
- Síntomas cognitivos: problemas de concentración, fallos de memoria y falta de motivación.
- Síntomas emocionales: tristeza, miedo, angustia, frustración…
Aunque es lógico pensar que es probable que ocurra por la generalidad de sus síntomas, es necesario prestar atención a la información aportada y analizarla detenidamente. En primer lugar, nos hablan de un síndrome, y no de un trastorno. Esto no significa otra cosa que carece de una investigación científica suficiente que avale sus síntomas o sus consecuencias en la población con exactitud, ya que según llegan a afirmar los mismos especialistas, el síndrome puede aparecer, o no, y los síntomas son variables. El síndrome de la cabaña no es una entidad clínica. Es tener miedo a salir de casa como consecuencia de llevar muchas semanas confinados, y eso pasa factura. Además, ahora se añade el poder salir repentinamente a la calle, mismo lugar que durante muchos días se ha percibido como ‘’un lugar peligroso’’/ ‘’el lugar donde te puedes contagiar’’.
Atendiendo a la primera cuestión, como anteriormente hemos mencionado, es complicado llegar a un diagnóstico que nos asegure que lo estamos padeciendo, o que simplemente la falta de ejercicio físico y de una rutina clara nos dificulte un poco la vuelta a nuestro día a día de antes de la pandemia. Si lo pensamos detenidamente, para muchas personas que no han podido continuar trabajando, este confinamiento ha podido asemejarse a unas “vacaciones”. Ahora, si pensamos en los primeros días de trabajo tras la vuelta habitual de las vacaciones, ¿no es cierto que, en general, sentimos que estamos más cansados o que no rendimos al 100% hasta pasados unos días? .
Igual nos parece algo más sensato pensar que la vuelta a la rutina y a la normalidad, como a la vuelta de unas vacaciones de verano, la gran mayoría tengamos que pasar por un “periodo de adaptación” hasta conseguir ser quienes éramos en todos los aspectos de nuestra vida.
Aunque gran parte de la población tan solo necesite de este “periodo de adaptación”, existe un mayor riesgos para sufrir algunas consecuencias negativas que vayan más allá de “unos días malos” para aquellas personas (de la población general, sin patologías mentales graves previas) que presenten ciertas vulnerabilidades. Desde la psicología se baraja la posibilidad de que un cierto nivel de miedo al contagio será adaptativo, porque nos ayudará a mantener nuestros rituales de limpieza y protección y que podamos seguir las pautas establecidas por el gobierno en cada una de las fases de la desescalada. Lo perjudicial es cuando ese miedo nos limita, nos invade y nos genera otras consecuencias psicológicas como es ansiedad, crisis de pánico o insomnio.
Las vulnerabilidades a las que hacemos referencia para la aparición de estos síntomas que pueden afectar al desarrollo normal de nuestro día a día son, por ejemplo, la falta de autocontrol y autorregulación, o la anticipación de hechos futuros en combinación de un pensamiento catastrofista. ¿Qué significa esto último? Pensar que si algo malo puede pasar (por ejemplo, contagiarnos a la vuelta al trabajo o a la vida social), no solo es algo que pasará, sino que además será en la peor de sus formas (no solo me voy a infectar, sino que contagiaré a mis seres queridos y mi vida y la de los demás correrá serio peligro). Ante estos pensamientos, sólo podemos “hacerle frente” con un argumento: LA REALIDAD. En este caso, la realidad no es otra que, existe la posibilidad de contagiarnos, pero si seguimos las pautas e indicaciones de higiene que nos proporcionan las autoridades sanitarias podemos “librarnos” del virus.
Como última reflexión, hay que recordar que el exceso de información (en ocasiones poco contrastada y alarmista) es tan peligrosa como la total desinformación.
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